jueves, 19 de abril de 2012

Obras representativas de escritores de Literatura en Latinoamerica


Literatura Precolombina


Maximiliano José Roberto



La epopeya de Yurupary sobrevivió, transmitida de generación en generación, a cuatro siglos de historia de conquista y colonización. A finales del Siglo XIX, el indio Maximiliano José Roberto, descendiente de jefes indígenas Manaos y Tarianas, recogió las leyendas y escribió en lengua Ñengatú, lengua indígena hablada en la zona del Vaupés, una versión del mito. Este material llegó a manos del Conde Ermanno Stradelli (1852-1926) quien vivió la mayor parte del tiempo en el Brasil y tradujo al italiano el manuscrito para su publicación. El historiador antioqueño Pastor Restrepo Lince la tradujo del italiano al castellano. Su obra permanece inédita. Javier Arango Ferrer la menciona, por primera vez, como una obra que pertenece a nuestro patrimonio literario en su libro Raíz y desarrollo de la Literatura Colombiana.

La leyenda de Yurupary es muy extensa, y tiene numerosas variantes , según la tribu o el sitio donde está propagada; pero, en resumen puede decirse que es un mito religioso-agrícola que celebra la fertilidad y, al mismo tiempo, es un ceremonial iniciático para los jóvenes, un rito encaminado a preservar del incesto, un culto a los antepasados, un mito secreto masculino machista, y una exaltación de Yurupary, héroe fabuloso, cuya presencia se invoca para renovar las creencias en sus leyes y enseñanzas.

Sucintamente, Yurupary hace relación a un ser hermoso y extraordinario nacido de una virgen, que quedó embarazada por haber comido de un fruto prohibido, y que realiza hazañas asombrosas y tiene aspecto peculiar, porque su cuerpo irradia luz o fuego, y está dotado de agujeros que producen sonidos musicales, o truenos, según el caso. Es además un enviado del sol, y busca una mujer que no sea curiosa, ni chismosa, ni libidinosa, y tiene una misión religiosa que cumplir. Así, luego de recibir la piedra cilíndrica y emblemática de la luna, inicia su labor y dicta leyes, ordena ayuno obligatorio, enseña a cultivar el maíz y establece cantos, bailes y ceremonias rituales. Pero las mujeres quieren conocer los secretos del culto, que les están vedados y espían a los hombres, por lo que Yurupary las castiga, convirtiéndolas en piedras y devorando a sus hijos. Los ancianos entonces deciden darle muerte y después de emborracharlo, lo arrojan a una hoguera; pero del cuerpo del héroe brotan palmas que crecen rapidísimamente, y por ellas Yurupary trepa hasta el cielo. En su ausencia, las mujeres, que han vuelto a la vida, se roban los instrumentos sagrados, que son la voz de Yurupary, y esto da lugar a un cambio de status social, en el que las mujeres predominan, se hacen cargo del culto, y los hombres en cambio tienen que trabajar en las labores del hogar y sufren menstruación.

En este período, Yurupary se hace presente de nuevo, completa su misión evangelizadora, restableciendo el predominio masculino, y conoce por primera vez el amor humano; pero falla en la búsqueda de la mujer perfecta, que no puede encontrar sobre la tierra. Entonces se despide de sus discípulos y desaparece caminando siempre hacia el oriente.

Literatura del Descubrimiento y la Conquista (Cronista)

Juan Rodríguez Freyle

Rodríguez Freile, (Escritor de crónicas de los desarraigados) hijo de Juan Freyle, cantante de Pedro de Ursúa, y Catalina Rodríguez. Aunque los detalles de su infancia son mínimos, se sabe que ingresó al seminario pero nunca se ordenó sacerdote.

No se sabe con certeza la fecha de su muerte, pero generalmente se ubica alrededor de 1640.

Muy pocos documentos dicen algo de Juan Rodríguez Freile. Se sabe, por la fecha que figura en su partida de bautismo1, 7 de Mayo de 1566, que el autor no pudo presenciar ni participar en los sucesos del descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada, muy anteriores.

El historiador Guillermo Hernández de Alba encontró en un "Registro de escrituras públicas de los años de 1609 y 1670" algunos documentos referentes al autor. Se trata de papeles relacionados con un juicio de tutela de unos menores de edad. El tutor de los menores era Rodríguez Freyle. Este solicita que se citen testigos para ratificar que él y su esposa viven de lo que produce una propiedad ubicada en el valle de Guasca y que es persona pobre, incapaz de ocuparse del cuidado de los bienes de los menores. Finalmente, los testigos declaran conforme a las expectativas del interesado y, además, añaden que hacia 1609 Freile era "muy gordo" y "muy cargado".

Por último, Fernando Martínez dio a conocer algunos papeles autógrafos del escritor descubiertos por Guillermo Hernández de Alba. Todos ellos tienen que ver con una causa judicial que por deudas se le siguió al autor entre los años 1621 y 1630. Según parece, este y el capitán Gutiérrez de Montemayor tenían en común negocios de tipo agrícola. Una deuda impagada contraída con el capitán y reconocida, da lugar a un turbio proceso. Freile se verá desposeído de sus bienes, rematados, a sus espaldas, a un precio irrisorio frente a su valor real. Carente de influencias, sus reclamaciones ante las autoridades jamás surten efecto. En 1630 se falla en su contra y sin derecho a apelación. Terminará por vender lo que le queda para pagarle a su antiguo socio lo que por injusticia aún le debe. En la ruina más absoluta transcurren los últimos años de su vida.

En un documento que reabre el litigio, fechado el 2 de Diciembre de 1642, se da por muerto a Rodríguez Freyle. Los frailes agustinos reclaman a su viuda e hijos el pago de cuentas todavía pendientes, en calidad de herederos de las posesiones del ex-capitán Gutiérrez de Montemayor, miembro de la orden también fallecido.

Ante la práctica ausencia de datos, las biografías del autor, sin excepción, han sido construidas a partir del propio Carnero.

El Carnero

El Carnero es cronológico y empieza con la organización de la expedición de Fernández de Lugo que partió de Santa Marta a la conquista del altiplano cundiboyacense. Describe también la conquista de los cacicazgos de Tunja, Bogotá y Guatavita, aunque la mayor parte de la obra se concentra en el estudio del establecimiento de la Audiencia y su desempeño a lo largo de algo más de medio siglo. Más que la simple relación gubernativa en la que se presentan cronológicamente los gobiernos de la Audiencia, los arzobispados y las alcaldías, el texto de Rodríguez Freyle contrasta sus valores y, en todo caso, sugiere sus aportes positivos o negativos a la prosperidad del reino.

El Carnero se acerca también a los discursos morales del siglo XVI. Sin duda, el autor conoció las disertaciones de Luis Vives, fray Luis de Granada y fray Antonio de Guevara respecto a las pasiones humanas. Además recordemos que Rodríguez Freyle escribió su obra a una edad bastante avanzada. Es por lo que resulta comprensible su insistencia en moralizar sobre el mal de la belleza femenina. No duda en afirmar que es la perdición de los hombres. Otro tema recurrente en este aspecto son los celos de amor. Pero bien, entendamos que los siglos XVI y XVII fueron la época de esplendor de la cultura del honor. Así, los frecuentes duelos y venganzas por honor, ocurridos en Santa Fe, son relatados con todo su sentido dramático.

En términos de género, El Carnero no es una crónica histórica en sentido estricto. Es más bien, una combinación de géneros como la propia crónica, el relato picaresco y el sermón moral. Estos distintos géneros se mezclan en un relato escrito en forma gustosa y cálida. Óscar Gerardo Ramos, quien escribiera una presentación a una de la ediciones más populares de El Carnero (1968), observó que estaba conformado por un conjunto de histórielas. Especie de narraciones breves, tal vez antecedente del cuento, la históriela le permitió a Rodríguez Freyle narrar historias asombrosas, divertidas y picantes que resultan sorprendentes para su época.

Unas de Las mejores poesías y poetas de Latinoamérica



Sor Juana Inés de la cruz (Mexicana)


Juana Inés Asbaje y Ramírez de Santillana conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, (San Miguel Nepantla, México, 12 de noviembre de 16511 – Ciudad de México, México, 17 de abril de 1695) fue una religiosa católica, poetisa y dramaturga novohispana del Siglo de Oro español. Cultivó la lírica y el teatro, así como la prosa. Por la importancia de su obra, recibió los sobrenombres de El Fénix de América y La décima Musa.

A muy temprana edad aprendió a leer y a escribir. Perteneció a la corte del virrey de Mancera. En 1667 ingresó a la vida religiosa a fin de consagrarse por completo a la literatura. Sus más importantes mecenas fueron los Marqueses de la Laguna, virreyes de la Nueva España, quienes publicaron sus obras en España. Murió a causa de una epidemia el 17 de abril de 1695.

Sor Juana Inés de la Cruz ocupa, junto a Juan Ruiz de Alarcón y a Carlos de Sigüenza y Góngora, el lugar más destacado de la literatura novohispana.3 En el campo de la lírica su trabajo se adscribe a los lineamientos del Barroco hispano en su etapa tardía. La producción lírica de Sor Juana, que supone la mitad de su obra, es un crisol donde convergen la cultura de una Nueva España en apogeo, el culteranismo de Góngora y la obra conceptista de Quevedo y Calderón.

La obra dramática de Sor Juana va de lo religioso a lo profano. Sus obras más destacables en este género son Amor es más laberinto, Los empeños de una casa y una serie de autos sacramentales diseñados para representarse en la corte.

Al que ingrato me deja, busco amante...

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.



José Batres Montúfar (Salvadoreño)


José Batres Montúfar, (18 de marzo de 1809 - 9 de julio de 1844), escritor, político y militar que nació en la ciudad de San Salvador, en El Salvador (en aquella época, una provincia de Guatemala); hijo de José Mariano Batres y Asturias y de Mercedes Montúfar y Coronado. Provenía de la vieja alcurnia de familias coloniales.

Se le ha llamado el mejor poeta guatemalteco del siglo XIX, por su obra intelectual sin parangón en las letras de ese tiempo en Guatemala, sólo comparable a lo que consiguió en la prosa el novelista José Milla y Vidaurre, promotor de la difusión de las composiciones de Batres Montúfar, prontamente olvidadas incluso en las décadas siguientes a su deceso.

Entre muchos de los escritores que lo mencionaron, como Menéndez y Pelayo y José Martí, el célebre erudito de la literatura hispanoamericana Pedro Henríquez Ureña diría de él: "El mejor de los poetas dotados del don del humor".


Y pienso en ti



Yo pienso en ti, tú vives en mi mente
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.

En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto mármol de una sepultura.

Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena
y allá en su centro vibra moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.

Sin lucha, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un solo, un leve acento,
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en ti!


José Martí (Cubano)



José Julián Martí y Pérez (La Habana, Cuba, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, Cuba, 19 de mayo de 1895), también conocido por los cubanos como El Apóstol, fue un político, pensador, periodista, filósofo, poeta y masón cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria. Su movimiento literario fue el modernismo.

Poema XIII - Mucho Señora Daría de José Martí


Mucho, señora, daría
Por tender sobre tu espalda
Tu cabellera bravía,
Tu cabellera de gualda:
Despacio la tendería,
Callado la besaría.

Por sobre la oreja fina
Baja lujoso el cabello,
Los mismo que una cortina
Que se levanta hacia el cuello.

La oreja es obra divina
De porcelana de China.
Mucho, señora, te diera
Por desenredar el nudo
De tu roja cabellera
Sobre tu cuello desnudo:
Muy despacio la esparciera,
Hilo por hilo la abriera.



 José María Alonso y Trelles (Uruguayo)


José María Alonso y Trelles Jarén, conocido como «El Viejo Pancho», (Ribadeo, 7 de mayo de 1857 – Montevideo, 28 de julio de 1924) fue un escritor y poeta gauchesco uruguayo de origen gallego.
Radicado en su juventud en la localidad uruguaya de Tala, tuvo a su cargo las publicaciones satíricas El Tala Cómico y Momentáneas. Sus aportes literarios más importantes se dieron en el campo de la lírica, que cultivó en la forma de poesía gauchesca y a la que contribuyó ampliamente a través de los semanarios tradicionalistas El terruño, El fogón y El ombú. En 1915 publicó su obra maestra llamada Paja brava en la cual recopiló la mayoría de sus textos del mencionado género. Hacia el final de sus días ocupó una banca como diputado por el departamento de Canelones.



¡Que por qué ando yo ansina como enojáo y triste!
¿Pa qué querés saberlo, mi linda flor del céibo?
Los días del verano, que son pal mozo auroras,
son tardes melancólicas pa los que van pa viejos.

Pa yo pioder contarte la historia de mis penas
tendría que ir despacio pialando mis recuerdos...
dejálos que el olvido los ate a su palenque,
que yo, pa dir guapiando, ya no preciso de ellos.

Más bien cebá un amargo de los que tú acostumbras
pa despuntar el vivio... para dir haciendo tiempo...
¡Quién sabe si algún día, sin óirlo de mis labios,
no sabés por qué peno!

Pero hoy tuvía es temprano pa que esa cabecita,
que pide pa adornarse la roja flor del ceibo,
comprienda que se pueden hayar sobre la almohada
tristezas que nos áhugan en vez de lindos sueños.

Cebá, cebáme, un mate, que yo pa entretenerte,
te vi´a contar un cuento,
que, aunque es todo él mentira,
tal vez se te haga cierto.

Era como vos moza y era como vos linda
y como vos tenía por ojos dos luceros,
ande se ahicharraban de un corazón las alas,
del corazón de un gáucho que se miraba en ellos.

Era un cantor y pueta de esos que en la guitarra
ponen en vez de cuerdas sus delicados nervios
y cantan en sus "décimas" bravuras de los héroes
y penas en sus "tristes", y amores en sus "cielos".

Ella tuvo al principio p´al payador amante
en los ojos ternuras y en la boquita besos...
¡Eran como palomas que van buscando el monte
p´hacer entre los sáuces el nido de sus sueños!

Dispués... ¿sabés, mi china, que está lindo tu mate?
Más lindo que mi cuento;
nos dés güelta a la yerba, seguí, seguí cebando,
pa ver si se me apaga la sé que estoy sintiendo...

Dispués... ¡Óigale el duro!
¿Sabés que no me acuerdo?
Mirá, sacá esa astiya que está haciendo humareda...
me lloran ya los ojos... prestáme tu pañuelo...


José Asunción Silva (Colombiano)


José Asunción Silva (Bogotá, 27 de noviembre de 1865 - Bogotá, 23 de mayo de1896) fue un poeta colombiano. Su importancia para la literatura estriba, esencialmente, en haber sido, uno de los más importantes precursores del modernismo; y, según otro sector de la crítica, uno de los más importantes escritores de la primera generación de escritores modernistas.

Dado que es un ícono de la poesía hispana y un personaje colombiano memorable, el pintor José Cárdenas realizó el diseño completo del billete de cinco mil pesos, invitado por el Banco de la República de Colombia a hacerle homenaje a este importante poeta. Una sección del nocturno, y la imagen de Elvira aparecen en el revés del billete.



¡Poeta!, ¡di paso
los furtivos besos!...

¡La sombra! ¡Los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
el contacto furtivo de tus labios de seda...
La selva negra y mística fue la alcoba sombría...
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda...
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
entre las nieblas pálidas la luna aparecía...

¡Poeta, di paso
los íntimos besos!

¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
tus cabellos dorados y tu melancolía
tus frescuras de virgen y tu olor de reseda...
Apenas alumbraba la lámpara sombría
los desteñidos hilos de la tapicería.

¡Poeta, di paso
el último beso!
¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
mi oído fatigado por vigilias y excesos,
sintió como a distancia los monótonos rezos!
Tú, mustia, yerta y pálida entre la negra seda,
la llama de los cirios temblaba y se movía,
perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
un crucifijo pálido los brazos extendía
y estaba helada y cárdena tu boca que fue mía!

Luis Gonzaja Urbina (Mexicano)

Luis Gonzaga Urbina (Ciudad de México, 8 de febrero de 1864 — Madrid, España, 18 de noviembre de 1934) fue un escritor mexicano. Figura entre los grandes poetas mexicanos por su calidad estética, madurez, y por haber incursionado en la transición entre el romanticismo y el modernismo. Cuando residió en el extranjero, fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.



Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve, que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en la agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave....

se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.


Rubén Darío (Nicaragüense)


Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.


Canción de Otoño en Primavera


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro
¡ya te vas para no volver...!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

La otra fue más sensitiva,
y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón

poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad:

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
¡y a veces lloro sin querer!

¡Y las demás!, en tantos climas,
en tantas tierras, siempre son,
si no pretexto de mis rimas,
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

¡Mas es mía el Alba de oro!



Andrés Eloy Blanco (Venezolano)


Poeta, abogado, político, internacionalista y educador, nació en Cumaná, Estado Sucre, el 6° de agosto de 1897. Su casa natal, es hoy un monumento histórico, visitado con unción por todos aquellos que se deleitaron con sus maravillosos versos.

Gran parte de su infancia la pasó en las playas del golfo de Cariaco. Hizo sus estudios superiores en la Universidad de Caracas, recibiéndose de abogado, aun cuando nunca ejerció dicha profesión.

Desde muy joven se dedicó a la poesía, triunfando ampliamente en 1916, con el Primer Premio de los Juegos Florales de Caracas. Más tarde fue galardonado en España, ganando el Concurso Hispanoamericano de poesía, celebrado en Madrid. Su poema premiado se titulaba "Canto a España".

Revolucionario, de profundas convicciones democráticas, luchó clandestinamente contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Estuvo preso entre 1928 y 1932. Cuando fue sacado de la prisión lo embarcaron rumbo al exilio.
Regresó al país en 1935, a la muerte de Gómez, actuando en el partido Acción Democrática.

Es vasta la obra de Andrés Eloy Blanco, comprende numerosos libros de versos, destacándose entre los mejores "Tierras que me oyeron", "Barco de piedra", "Poda", "Baedecker 2.000", "A un año de tu luz" y "Giraluna".
También sobresalió como autor teatral, publicando obras de gran aceptación como "El Cristo de las Violetas", "Abigail" y "Al pie de la Virgen". Fue un exquisito orador. Uno de sus discursos más celebrados fue el que pronunció ante los restos de Pérez Bonalde, cuando fueron repatriados en 1946.

Andrés Eloy Blanco está considerado como el poeta más popular de Venezuela. Sus versos los recitan por igual adultos y niños. Fue un gran romántico, que cantaba las alegrías y las esperanzas de las gentes del pueblo.
Se inició en la masonería en 1925, en la Resp: Log: "Candor" N° 27, de San Fernando de Apure. Oficialmente nunca pasó del Grado de Aprendiz Masón, aun cuando hay quienes aseguran que en México, logró escalar hasta el sublime Grado de Maestro.

Murió trágicamente en México el 21 de mayo de 1955. Cuando cruzaba una calle fue atropellado por un automóvil, Malherido fue recogido y llevado al hospital. Los médicos nada pudieron hacer para salvarle la vida,


Coplas del amor Viajero


Ya pasaste por mi casa,
a flor de ti la sonrisa...
Fuiste un ensueño de gasa;
fuiste una gasa en la brisa...

Te vi flotar en la bruma
que tu blancura aureola,
como un boceto de espuma
sobre un pedestal de ola.

Yo, que he buscado el lucero
que a Belén lleva el camino,
preso por lazos de acero
al potro de mi destino,

Pensé: —En sus brazos, con Ella,
¡romperé, acero, tus lazos!
¿Para qué quiere una estrella
quien tiene al cielo en los brazos?

Y tan cerca llegué a verte
que te rozaba mi dedo...
Tuve miedo de quererte...
y ya es querer, tener miedo.

Ansiosos se han emboscado
en mis ojos, mis antojos,
y tú también me has besado
veinte veces con los ojos.
Y tu mano pasionaria,
aquella noche huyó en vano,
porque mi mano corsaria
fue gavilán de tu mano.

Y he sentido que temblaban
tus labios en el café,
cuando mis pies se angustiaban
acorralando tu pie...

Pero te vas, sin dejar
ni una huella en el camino...
Sombra azul que cruza el mar
la borra el azul marino...

No sé si me olvidarás
ni si es amor este miedo;
yo solo sé que te vas,
yo solo sé que me quedo.

Tal vez mañana, un mañana
remoto, traiga a tu lado,
con el sol, por tu ventana,
un rayo azul del pasado.

Releyendo viejas cosas
y evocando cosas idas,
entre amarillentas rosas
y epístolas desvaídas,

Encontrarás al acaso
entre coplas del camino,
como en el fondo de un vaso
roto una mancha de vino.

Al oído de la nieta
tu voz de abuela hablará:
–Son los versos de un poeta
que no sé si existe ya...

Ella dirá: –¿Cómo era?
¿Cruzará ignotos países
y cual tú, sombra viajera,
tendrá los cabellos grises?

Yo, entre tanto, junto al mar,
esperaré tu venida
y en un eterno esperar
se me pasará la vida.

Vida traidora, por quien
todo este Sueño se muere,
si no te hice ningún bien,
¿por qué tu mano me hiere?

Mi voz querrá ensordecer
al propio mar con su llanto:
¿Por qué no la vuelvo a ver,
mi Dios, si la quiero tanto?

Y mi canción irá sola
hacia donde tú te pierdes...
donde ella pase, la ola
tendrá un dolor de aguas verdes...

No sé si me olvidarás
ni si es amor este miedo;
yo solo sé que te vas,
yo solo sé que me quedo.

Y que si te quise ayer,
hoy te siento más tirana
y si así crece el querer
¡cómo te querré mañana!


Amado Nervo (Mexicano)


Amado Nervo era el seudónimo de Juan Crisóstomo Ruiz, poeta y prosista mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Nació el 27 de agosto de 1870 en la ciudad de Tepic, en ese entonces en Jalisco, hoy Nayarit, y murió en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana, no pudo ser miembro de número por residir en el extranjero.

Poeta, autor también de novelas y ensayos, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras, acudiéndose entonces a combinaciones más complejas de palabras terminadas en "-ismo", que intenta reflejar sentimiento religioso y melancolía, progresivo abandono de artificios técnicos, incluso de la rima, y elegancia en ritmos y cadencias como atributos del estilo de Nervo.

El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.

 Gratia Plena


Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
el influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría,
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar!

Jorge Luis Borges (Argentino)

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX en este país. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.

Se lo ha presentado como uno de los eruditos más grandes del siglo XX, lo cual no impide que la lectura de sus escritos suscite momentos de viva emoción o de simple distracción. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrece tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece -a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía- una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Ciego a los 55 años, personaje polémico, con postura políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años, Borges siempre soñó con que la posteridad le perdonara sus errores y le concediera la gloria de que se lo recordase por sus mejores textos.


1964

I

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Amorosa Anticipación



Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.

Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
Arrojado a quietud,
divisaré esa playa ultima de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo,
sin el amor, sin mí.


Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda
(Parral, 12 de julio de 1904 - Santiago, 23 de septiembre de 1973), fue un poeta y militante comunista chileno, considerado entre los mejores y más influyentes artistas de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma».[1] También fue un destacado activista político, senador, miembro del Comité Central del Partido Comunista y precandidato a la presidencia de su país. Entre sus múltiples reconocimientos destacan el Premio Nobel de Literatura en 1971 y un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford. En palabras del crítico literario Harold Bloom, «ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él»,[] considerándolo uno de los veintiséis autores centrales del canon de la literatura occidental de todos los tiempos. Se encuentra destacado en el movimiento []Vanguardia, posmodernismo


Las Palabras. Pablo Neruda

Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció... Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.

Pablo Neruda, Confieso que he vivido: memorias.



Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia

[](Paso de los Toros, Uruguay, 14 de septiembre de 1920Montevideo, Uruguay, 17 de mayo de 2009), más conocido como Mario Benedetti, fue un escritor y poeta uruguayo integrante de la Generación del 45, a la que pertenecen también Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti, entre otros. Su prolífica producción literaria incluyó más de 80 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 idiomas. Generación del 45

Mario Benedetti


Las palabras


No me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

si usted habla de progreso
nada más que por hablar
mire que todos sabemos
que adelante no es atrás

si está contra la violencia
pero nos apunta bien
si la violencia va y vuelve
no se me queje después

si usted pide garantías
sólo para su corral
mire que el pueblo conoce
lo que hay que garantizar

no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

si habla de paz pero tiene
costumbre de torturar
mire que hay para ese vicio
una cura radical

si escribe reforma agraria
pero sólo en el papel
mire que si el pueblo avanza
la tierra viene con él

si está entregando el país
y habla de soberanía
quién va a dudar que usted es
soberana porquería

no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

no me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.



CUENTO

Chac Mool
[Cuento. Texto completo]
Carlos Fuentes
Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.
Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.
“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.
“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...”
“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura.
“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, p or el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”
“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”
“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”
“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”
“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”
Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:
“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas.
“Casi sin aliento, encendí la luz.
“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético.
“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”
“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.”
“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”
“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”
“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.
FIN




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